sábado, 7 de marzo de 2009

BERLIN TEMPELHOF

El pasado 31 de octubre, tras 85 años de servicio a la ciudad de Berlín, cerró sus puertas el aeropuerto de Tempelhof. Definido por Norman Foster como “la madre de todos los aeropuertos”, ha asistido como espectador privilegiado a la historia de la ciudad que quiso ser la más moderna en los años 20, la más poderosa en los 30, y que fue una de las que más sufrió en los 40. Además de haber salvado al sector occidental durante el bloqueo soviético gracias al puente aéreo, se convirtió en un icono de la guerra fría y las redes de espionaje.

El aeropuerto empezó su andadura en 1923, aunque no se construyó una terminal hasta 1927. En 1934, dentro del plan de reformas de Berlín de Albert Speer, se encarga la construcción de una nueva terminal a Ernst Sagebiel, el arquitecto del ministerio del aire de Berlín y otros tantos aeropuertos germanos. El nuevo aeropuerto pretendía ser la puerta de Europa y uno de los símbolos de la nueva capital del Tercer Reich; por eso se construyó con unas dimensiones tan colosales que le hicieron ser el mayor edificio del mundo hasta la construcción del Pentágono.

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El complejo fue diseñado para parecer un águila en vuelo con los hangares y puertas de embarque dispuestas en semicírculo en forma de alas. El aeropuerto tenía vocación de espacio escénico como justifica la voluntad de colocar gradas sobre el gran vuelo trasero para permitir al público asistir a espectáculos aéreos. El diseño incluía gigantescos hangares abovedados para los aviones, pero la construcción se demoró más de una década y quedó inconclusa tras la Segunda Guerra Mundial.

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La terminal y sus edificios adyacentes, construidos entre 1936 y 1941, conforman una estructura con la forma de un cuarto de circunferencia de piedra arenisca de más de un kilómetro de longitud, que, sin embargo, resulta acogedora. Los aviones podían realizar el rodaje directamente hasta el edificio, donde los pasajeros desembarcaban al abrigo de las inclemencias meteorológicas, gracias al enorme pabellón saliente que cubre la zona de aterrizajes. Desde allí, pasando por los diferentes controles, se accedía a un sencillo y luminoso vestíbulo.

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El aeropuerto de Tempelhof (llamado entonces Aeropu

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erto Central de Berlín-Tempelhof) tenía la ventaja de su localización extraordinariamente cercana al centro de la ciudad apoyada por la red de metro, por lo que, en poco tiempo, se convirtió en uno de los aeropuertos con más tráfico del mundo. Antes de la II Guerra Mundial, aterrizaban y despegaban en las pistas de Tempelhof hasta 92 vuelos diarios, cuarenta de ellos internacionales. Sin embargo, el crecimiento de la ciudad, así como del tamaño cada vez mayor de las aeronaves, hicieron que el aeropuerto se quedara sin espacio para ampliar las pistas además de las molestias que su ruido producía a los vecinos. Desde la reunificación alemana en 1990 se lleva planteando su cierre; la aparición de las compañías de bajo coste y la persistencia de parte de las autoridades alemanas, consiguieron prorrogar su cierre hasta 1994, 2002 y definitivamente 2008. Ha habido infructuosos intentos de convertir el aeropuerto en un complejo sanitario y residencial de lujo con aeródromo privado, pero ya no habrá más aviones en sus pistas.

Los vecinos de los alrededores podrán respirar tranquilos, pero la ciudad de Berlín ha dejado de dar uso a uno de sus espacios más emblemáticos. Tempelhof, además de ser testigo de la historia de la ciudad, es un ejemplo claro de cómo el clasicismo puede estar al servicio de los nuevos tipos edificatorios. Su destino es incierto, si bien esperamos y deseamos que no siga la tradición berlinesa de la posguerra de demoler edificios ya por amenazar ruina per se, ya por la desidia de dejarlos deteriorarse. El espacio de esta terminal es único, y Berlín no debe permitirse más pérdidas en su patrimonio.

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(propuesta para el uso futuro del espacio del aeropuerto: la zona de las pistas se convierte en un parque al que se le incluyen zonas edificadas; el uso del edificio de la termina es una incógnita)

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